Descripción
El olvido de la Vida constituye el rasgo constitutivo fundamental de la filosofía occidental. Pues la vida no es un ente ni cierta propiedad de un ente privilegiado, susceptible de ser aclarada a través de las categorías del ser. En tanto vida real y no representada, en tanto vida “fenomenológica”, es decir experimentada, la vida no es objeto de ningún saber, no entrega nunca su realidad a una mirada exterior; no es un “fenómeno” en el sentido griego, su saber de sí es inmediato e idéntico a lo que ella es: pathos, esfuerzo y acción en los que también se engendra una subjetividad. Un pensamiento de la vida en su interioridad abismal, como el que propone la filosofía de Michel Henry, exige pues una nueva concepción de la interioridad. No solo el abandono del concepto occidental de interioridad, que refiere al lazo entre entes “es decir, en realidad a su exterioridad recíproca” sino su substitución por una comprensión verdaderamente ontológica de la interioridad. Solo con una fenomenología capaz de distinguir radicalmente entre el modo de aparecer de la vida y el modo de aparecer del mundo, el concepto de inmanencia deja de designar la noche de la conciencia.