Descripción
En 1850 se aceleró la configuración del mundo actual. El Viejo Continente irradió ideas y movilizó personas a zonas nuevas, algunas recientemente independizadas. Uno de esos destinos, Argentina, pujaba para despojarse definitivamente de la envoltura colonial que le impedía anudar vínculos novedosos con el planeta.
En ese contexto, gauchos e indios eran actores que interpretaban las últimas páginas de su libreto. La frontera con el indígena era una conversación interrumpida. Adolfo Alsina, ministro de Guerra, admiraba la ciencia que revolucionaba el planeta y sacudía los pilares de la Iglesia. Su idea de obstaculizar los malones sin arrasar las tribus sólo podía germinar en una presidencia como la de Avellaneda. La denominada “zanja de Alsina” es un ícono de la época, una idea extraordinaria, apasionada y científica a la vez.
En el último cuarto de siglo, inmigrantes e ideas llegaban a un recóndito valle pampeano llamado Tandíl. Estaba destinado a dejar de ser un margen de aquel frenesí. Mientras los vecinos discutían temas mundanos, unos pocos tandilenses observaban el cambio de época, quedando envueltos en sucesos extraordinarios como la construcción de una zanja gigantesca y el éxodo de los catrieleros. Como los naturalistas, pero a su manera, Ketral intentaba ordenar aspectos de esa realidad cambiante.