Descripción
“El reloj marcó las once y cuarenta y cinco.
A la sazón, Op Oloop se miraba introspectivamente como un monstruo de melancolía y piedad. Las tres campanadas dobles retumbaron en su recinto. Ya listo, tras la operación mecánica y ausente de vestirse, tomó guantes, sombrero, bastón. Y salió.
Los bañeros estaban allí esperándole, fingiendo quehaceres que disfrazaban su vocación de propina.
Matemático, austero, como en idénticas oportunidades desde varios años atrás, el Estadígrafo entregó a cada uno de los cuatro, treinta y cinco centavos, compuestos por monedas de veinte, diez y cinco.
Los empleados farfullaron sendas gracias y se guiñaron el ojo.
La propina no fallaba nunca. Y siempre así: treinta y cinco centavos por cabeza compuestos por monedas de veinte, diez y cinco. La rutina no se pierde. Está prendida en uno, igual que las ladillas. En cada actitud como en cada vello se reproduce. Solo la locura o la fiebre las extirpa.”
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