Descripción
“Pocas cosas son tan elocuentes como el humo.” Este verso de Carina Sedevich acaso define su poética. Lo impalpable apuñala más que el acero. El lenguaje avanza como lava aunque simule ráfaga. Poemas de trazo invisible, de pudor espeso. Colibríes de aletear filoso. Entre verso y verso, sus alas raspan fino como la templanza de la nieve al caer. “Hoy te veo / en el cabello / de otros niños. // Te escucho enumerar / los grillos cada noche.” La uña intempestiva del gato. El rasguño es silencioso. El dolor, invisible. De pronto, la piel se zanja, la sangre brota. Cada poema asoma, en la distancia, la dulzura de su tragedia. “Los ojos fijos en el cielorraso. // En mi pecho, / tumbada como el corazón de un toro, / se calienta la desdicha.” Lo cotidiano esparce su fiereza. Detrás de una sábana húmeda, “de pronto / recrudecen los sentidos. // Sería capaz de conocer / tu mano, / tu pie amputado / perdido en una fosa.” Debajo del despojo y la serenidad, la palabra es huella: la huella del murciélago rasga la porcelana de la tarde, apunta Rilke. No es el animal sino el atisbo de su paso, no es el volumen y su brutal presencia, sino la fragancia de sus hábitos. “Algo en el fondo de los otros / me repele íntimamente: / el reflejo de mi propia humanidad.” Así, la trama de poemas de Carina Sedevich nos desplaza hacia adentro. Nos punza. Nos rehabilita. Nos acalla.