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La vida narrada

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Este libro indaga en ese afán de apresar el registro fugaz de la existencia que podríamos llamar la tentación biográfica, tal como se da en la biografía, a diferencia de otros géneros afines, pero también en las formas innovadoras de la autoficción, cuando están llamadas a traer al presente memorias traumáticas

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Descripción

Prólogo (por Leonor Arfuch)

La invitación a publicar un libro es siempre tentadora. Interrumpe el transcurso de un tiempo indeciso y lleva a definir con fecha cierta qué escrituras podrían cobijarse bajo un título en común.
Este libro surgió de esa tentación, y de la predisposición de varios ensayos a entablar una “conversación grupal”, como dice uno de mis autores citados, en una temporalidad diferida pero no menos acuciante que la del momento en que fueron escritos. Porque todos responden, en mayor o menor medida, a una inquietud plasmada en los significantes que acompañan el título: la relación tensa, oscilante y sin garantías entre memoria, subjetividad y política. La invitación es entonces a sumarse a esta conversación, que traduce a su vez múltiples voces, en un recorrido que resume en cierto modo mi trabajo de los últimos cinco años. No es un recorrido cronológico sino más bien teórico y temático, y las secciones –que parecen obedecer a la famosa tríada de Peirce– señalizan apenas lo que será sin duda el devenir azaroso de cada lectura. En el primer capítulo, “El giro afectivo…” abordo críticamente
ciertas reflexiones actuales de las ciencias sociales y humanidades –en particular en el mundo anglosajón– que, en sintonía con cambios significativos de las sociedades contemporáneas y a partir de postulados de la neurobiología, sostienen la primacía de afectos y emociones en hábitos y comportamientos, en desmedro de lo discursivo, lo cognitivo y lo argumental. Una “sociedad afectiva” donde los medios son protagónicos: talk shows, realities, redes sociales, auge de lo auto/biográfico, lo íntimo y lo subjetivo, voyeurismo y emociones vicarias en la TV, justicia restaurativa, “branding”, carisma y liderazgo como valores prioritarios. Esta esfera pública emocional ha permeado con gran éxito la política, al punto tal que, con una nota de humor, alguien decía que la “emocionología” parece
haber tomado el lugar de la ideología. Atenta a la relevancia que esta temática tiene en nuestro contexto, confronto estas tendencias con otras posiciones de la crítica cultural, que retoman la discusión en términos éticos y políticos.
En el capítulo 2, “De biógrafos y biografías…”, que escribí para este libro, trato de indagar en ese afán de apresar el registro fugaz de la existencia que podríamos llamar la tentación biográfica, tal como se da en la biografía, a diferencia de otros géneros afines: ¿Qué tentación anima a la biografía? ¿Qué es lo que lleva a andar sobre los pasos de un otro? ¿Es la atracción de una vida, la admiración por una obra, la fascinación por un personaje? Las respuestas
varían según los biógrafos –y por cierto, según los biografiados–, en una parábola espacio/temporal que va de las Vidas paralelas de Plutarco a ambas orillas del canal –Inglaterra y Francia–, donde John Aubrey dialoga con las Vidas imaginarias de Marcel Schwob; Borges con este último; Lytton Strachey se ocupa de los Victorianos eminentes y Michael Holroyd de Lytton; Roland Barthes nos cuenta de un personaje de novela que lleva su nombre y François Dosse cruza las biografías de Deleuze/Guattari y narra, sin conocerlo, la vida intelectual de Paul Ricoeur. Una verdadera conversación grupal, que se va entramando hasta nuestros días, y que muestra la actualidad de la biografía, que quizá se explique en la respuesta que podamos dar a estas preguntas: ¿qué nos lleva a atisbar, como
lectores, esas vidas ajenas, confundidas tal vez con sus obras o en su simple devenir? ¿Qué es lo que sostiene la pasión del género al cabo de los siglos y hasta hoy?
En “Narrativas de la memoria…” quise detenerme especialmente en los significantes que eslabonan el título, “la voz, la escritura, la mirada”, por una preocupación ética ante el terreno delicado que supone la escucha, el traer al presente el pasado, sobre todo en el caso de memorias traumáticas. El capítulo tiene dos partes, la primera, teórica, donde presento una perspectiva transdisciplinaria para el análisis, la segunda, situada, es un recorrido por las
narrativas de la memoria tal como fueron emergiendo en nuestra post-dictadura y hasta hoy. En la primera destaco el rol configurativo del lenguaje y la narración, así como una idea de sujeto cercana al psicoanálisis y, por ende, una concepción no esencialista de la identidad, que valora los aportes de Ricoeur en cuanto a su concepto de “identidad narrativa”. En la segunda presento algunos hitos en ese devenir de nuestras memorias y su conflictividad inherente, sobre todo cuando se trata de definir el horizonte de la memoria pública, que se resiste a llamarse colectiva.
La segunda parte del libro, “El país de la infancia” reúne tres ensayos, escritos en los últimos años, donde analizo narrativas de la memoria en la voz de hijos e hijas de desaparecidos/exiliados, en un “tercer momento”, si pudiera decirse, en esta larga temporalidad. Voces que se tornan sobre la propia infancia en dictadura –antes quizá se interrogaron sobre la figura de sus padres/ madres– y optan por formas artísticas de expresión –cine, literatura–
con una inequívoca marca autobiográfica, aun en el modo de la autoficción. Voces –experiencias– que trazan una cartografía sensible y singularizada para la comprensión del hecho histórico.
El corpus que aborda el primero, “(Auto) figuraciones de infancia”, comprende dos películas, Infancia clandestina, de Benjamín Ávila (2011) y El premio, de Paula Markovitch (2011), una tesis sobre la revista infantil Billiken, publicada precisamente bajo el título La infancia en dictadura, de Paula Guitelman (2006) y un libro singular, ¿Cómo es un recuerdo?, de Hugo Paredero (2007), que recoge las respuestas de 150 niños de 5 a 12 años en entrevistas realizadas
con un cuestionario abierto apenas recuperada la democracia, en 1984. Mientras los cineastas decidieron afrontar la elaboración narrativa de sus memorias traumáticas a través de la creación de obras (auto) ficcionales, las voces de los niños, registradas en esa primeridad de la experiencia, dejaron un conmovedor testimonio de inocencia y miedo.
El segundo, “Memoria, testimonio, autoficción…” se centra en narrativas de mujeres que padecieron, con sus rasgos de singularidad, el hecho común de vivir la infancia en dictadura y ser víctimas directas de ella. Hijas de desaparecidos o encarcelados, que abordaron sus memorias de aquel tiempo a través de verdaderos “actos autobiográficos”, que son también un duelo hecho palabra. Ellas son Laura Alcoba, autora de La casa de los conejos (2008), escrita inicialmente en francés y traducida a varias lenguas; Raquel Robles, autora de Pequeños combatientes (2013), ambas autoficciones o novelas autobiográficas; Mariana Eva Pérez, autora de Diario de una princesa montonera (2012) , un libro heterodoxo, producto de un blog, que cruza y transgrede géneros discursivos con ironía mordaz y humor y Angela Urondo Raboy, autora de ¿Quién te creés que sos? (2012), un libro que también fue inicialmente un blog, al que se le agregaron luego textos y documentos.
El tercero y más reciente, “El exilio de la infancia…” aborda el exilio como causa política del desplazamiento, que en este caso es el de hijas cuyos padres tuvieron que escapar del accionar represivo de las dictaduras, la de Chile (1973- 1989), la de Argentina, (1976-1983). Hijas que nacieron en el exilio, asumiendo la carga traumática familiar, exiliadas-hijas, las que partieron, junto con sus padres –y a veces, con algún familiar– a un incierto destino, llevando apenas unos pocos objetos como vestigios de lo que fuera el hogar. El corpus, que también obedece a una mirada de género (gender) está integrado por: Verónica Gerber-Bicceci, artista visual que escribe, con su novela gráfica y autoficcional Conjunto vacío (2014); Laura Alcoba, escritora, con su tercera novela autobiográfica, El azul de las abejas (2014); Macarena Aguiló, con su film documental autobiográfico, El edificio de los chilenos (2010) y Virginia Croatto, con su film documental y testimonial La guardería (2016). Mujeres entre treinta y cinco y cincuenta años, para quienes la experiencia del exilio marca, de manera inequívoca, vidas y obras.
La tercera parte nos lleva al mundo del arte, o “de la vida en el arte” para pensar las múltiples modalidades que adopta hoy la relación entre arte y sociedad, o más precisamente, de qué manera las formas artísticas logran expresar, con otros lenguajes, la dimensión traumática y memorial de la vida contemporánea.
El primero de los ensayos, “Albertina, o el tiempo recobrado” evoca la instalación audiovisual múltiple de Albertina Carri en el Parque de la Memoria, Operación fracaso y el sonido recobrado (2016), donde la cineasta rinde homenaje a su padre y a su madre desaparecidos y también al cine, que es su medio de expresión. Leer al padre con imágenes, podría ser un modo de definir Investigación del cuatrerismo, una de las instalaciones de la muestra, donde Albertina retoma el personaje de Isidro Velázquez, mítico cuatrero norteño, cuya épica, vista como una forma de insurrección
popular, inspirara un conocido libro de Roberto, su padre. El recuerdo de la madre se plasma a su vez en otra instalación, a sala oscura, donde la voz de Albertina lee las cartas que Ana María enviaba a sus hijas desde la prisión –ella tenía 3, 4 años– y su voz, en un fluir que evita las modulaciones, la acentuación particular que ese otro cuerpo ausente le hubiera dado, va marcando una cadencia de frases con puntos y comas –Punto impropio–, una grafía minuciosa que teje un diálogo entre madre e hijas en una proximidad del avatar cotidiano que es a la vez sorprendente y desoladora. En “Arte, memoria y archivo…” parto de la primacía que arte y memoria atienen en el horizonte contemporáneo, tanto en lo que hace a las políticas oficiales, como a las prácticas de diversos artistas comprometidos con el conflictivo mundo actual. Museos, monumentos –y anti-monumentos– memoriales, festivales, performances, bienales, mega exposiciones, dan cuenta de esa inquietud memorial donde el pasado –reciente o distante– se articula en el presente y puede operar como un registro crítico respecto de las diversas formas de la violencia actual: guerras, atentados, migraciones, éxodos, fronteras. La idea de este capítulo es traer al ruedo
la investidura afectiva en los objetos, tal como se da en algunas prácticas del arte y en relación con distintas memorias, a partir de los trabajos de dos artistas visuales contemporáneas, Nury González, de Chile, Marga Steinwasser, de Argentina. Por su parte “Identidad y narración…” aborda la relación sutil entre narración autobiográfica y construcción identitaria a partir de una concepción no esencialista de la identidad. Desde esta perspectiva, y a partir del concepto de espacio biográfico, propongo una lectura sintomática de dos experiencias de las artes visuales que tuvieron lugar en Buenos Aires (2012), susceptibles de un abordaje tanto en el plano estético como ético y político: las muestras individuales del artista francés Christian Boltanski y de la artista inglesa Tracey Emin, que por primera vez, y en forma simultánea, tuvieron lugar en nuestro país. El primero creó dos instalaciones memorables, Migrantes, en el Museo del viejo Hotel de Inmigrantes, y Flying books, en la vieja Biblioteca Nacional, evocando a Borges; Emin presentó una muestra de obras de video-arte en el MALBA, con fuerte anclaje en las vicisitudes de su vida. Ambas podrían ser incluidas en el concepto de arte público/arte crítico.
Finalmente, en nuestro epílogo nos preguntamos por los futuros de la memoria, qué modulaciones del recuerdo traerán, qué perspectivas se abren ante el paso del tiempo y los cambios de época. Preguntas inciertas, que sin embargo confían en las voces jóvenes, en las nuevas imágenes, miradas e historias que vendrán a integrarse a una trama común –otras vidas narradas– en el devenir sin fin de los relatos.



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